Tras caer mi jet privado en alta mar y sobrevivir a la explosión del fuselaje he alcanzado una pequeña isla en Stranded Deep. Todo lo que vislumbran mis ojos es agua y, como una guinda en el pastel del horizonte, varias islas cercanas que apuntan a ser igual de austeras que esta.
Día 1 tras el naufragio
A mi alrededor piedras, árboles y palmeras. Todas ellas una fuente de sustento que deberían protegerme de la sed, el hambre y un agobiante calor que a los pocos minutos de llegar ya provocaba un enrojecimiento de la piel. Toca ponerse a trabajar con lo básico antes de que caiga la noche.
La situación es nueva pero reconocible, así que tengo claro qué hacer. Piedras y palos servirán de excusa para fabricar cuchillos y hachas. Las cuerdas nacerán de hojas para herramientas más sofisticadas y una cabaña donde dormir. Cocos y cangrejos calmarán brevemente la sed y el hambre frente a una fogata.
Con suerte, la balsa que me ha traído hasta aquí me servirá para visitar la isla más cercana en forma de nuevos recursos y, si tengo suerte, encontraré algún animal que llevarme a la boca y me permita aprovechar sus pieles para seguir construyendo herramientas. Lo que más me preocupa son esos tiburones que rodean la isla. Al menor descuido podrían tumbar la endeble colchoneta inflable y devorarme. Si todo sale tan mal como hasta ahora, lo tengo muy difícil.
Día 2 tras el naufragio
Odio tener razón.
Día 1 tras el naufragio
Como conozco las limitaciones de la isla que tengo más cerca tras el naufragio, he probado suerte dirigiéndome directamente a la segunda. Unas rocas montañosas centrales y su alargada sombra parecen ser la clave para gozar allí de más árboles, frutos y plantas que me permitan evolucionar para intentar escapar de este infierno acuático.
Como ya tengo por la mano las construcciones iniciales, cerrar esa etapa rápido me permite salir a explorar. No hay mucho que ver en la isla, pero sí en sus playas, que parecen haberse convertido en un cementerio de barcos hundidos en los que parece haber material suficiente de sus antiguos propietarios.
Buceando en ellos, colándome por ventanas mientras los peces nadan a mi alrededor y nadando lo más rápido posible para volver a la superficie antes de quedarme sin aire, consigo encontrar una bombona de oxígeno. Con ella voy a tener más fácil visitar las bodegas inferiores de un carguero y recoger todo lo que pueda rapiñar por allí, desde nuevos materiales a herramientas de hierro que no podría crear de ninguna otra forma.
Día 2 tras el naufragio
Ha llegado la noche, estoy a oscuras, en medio de un carguero hundido y no veo un pimiento. La botella de oxígeno se acaba de agotar y no encuentro la salida. En mi mochila cajas enteras de valiosos enseres, telas y cuero que me van a permitir abordar un avance tecnológico alucinante cuando por fin pise tierra firme. Sólo por eso ya merecerá la pena el susto. Puedo salir de aquí. Sé que puedo conseguirlo.
Día 1 tras el naufragio
Tras estrellarse mi jet privado vuelvo a dirigirme a la segunda isla. Las pantallas de carga empiezan a tocarme las narices, pero sabiendo que tengo un cambio revolucionario a un barco hundido de distancia me consuelo con ello y voy directamente hacia él dejando para luego todo lo demás. Ya despiezaré pescados y beberé de cocos a la luz de la Luna.
Lamentablemente los objetos que hay en los barcos hundidos cambian constantemente, así que no encuentro más que basura en forma de depósitos de combustible y filtros de aire para un vehículo más avanzado que ahora mismo queda muy lejos.
Rebuscando algo en condiciones que llevarme al bolsillo vuelve a hacerse de noche. El atardecer en el horizonte es precioso. El pitido que me alerta de la falta de comida y agua en mi reloj de supervivencia ensordecedor. La luna baña el lado en el que no hay cocos, así que toca ir al otro lado de la isla y palpar en la oscuridad para encontrar lo necesario.
De repente escucho el ruido de un gorrino y empiezo a buscarlo. A los pocos segundos el gruñido cambia por un siseo. Igual ha sido cosa mía, porque el hambre y la sed empiezan a hacer mella en mi vitalidad. Reviso el reloj para ver cuántas barras me quedan. Algo me daña. El siseo era una serpiente. Ahora además de hambre y sed estoy envenenado y deshidratado. Necesito un coco.
Día 1 tras el naufragio
Vamos a ver si nos centramos. Isla grande, conseguir agua, buscar barcos hundidos, huir de los siseos. No puede ser tan complicado.
Creo las primeras herramientas, esquivo las serpientes e ignoro ese puerco que va corriendo de aquí para allá como pollo sin cabeza. Recojo un puñado de cocos y aprovecho una lona encontrada por el suelo para construir un acumulador de agua. Se acabó lo de morir deshidratado. No tengo ni idea de cómo funciona, pero eso ya llegará luego, por ahora los cocos servirán.
Me voy al agua en busca de tesoros hundidos en forma de cuero o tablones. A los pocos segundos de introducirme en el agua recibo una señal de daño en pantalla. Por miedo a que sea un tiburón empiezo a mirar hacia todos lados, pero lo único raro que veo es un pez león.
Reviso el reloj. Envenenamiento.
Ignoro el tema porque pienso ir pasito a pasito y ahora estoy con mis tesoros. La suerte de aquella segunda partida no vuelve a aparecer, pero al menos consigo dos o tres objetos que me pueden ser de gran utilidad. Tras un rato buceando la comida y el agua están controladas en mis constantes, pero mi vida sigue decayendo. Los muertos pisados del pez león.
En el inventario tengo la clave para crear un antídoto, sólo necesito un par de hierbas concretas, pero buscar en mitad de la noche un remedio a contrarreloj no es fácil. Consigo la primera y la vida está al límite. De camino a encontrar la segunda escucho un siseo.
Día 1 tras el naufragio
Igual la primera isla no tiene tantos recursos, pero tampoco serpientes. Es pequeñita y pobre, pero muy cuca, así que ya iré a la segunda cuando no me quede más remedio.
Construyo lo básico y me centro en llegar a la noche con la comida y el agua controladas. De hecho, incluso monto una fogata mejorada y coloco sobre ella un espeto para poder cocinar dos trozos de carne a la vez. Es absurdo que no pueda colocar más, pero de momento servirá.
De tanto construir las novedades en la lista de crafteo no paran de crecer, así que doy el día por bien aprovechado y marcho a dormir. Mañana tocará revisar los pecios.
Día 2 tras el naufragio
Me meto en el agua con miedo y mirando hacia todos lados cada vez que avanzo un poco. No quiero volver a correr el riesgo de pincharme con algo venenoso. En cualquier caso, cuando salga de aquí lo primero que haré será buscar las hierbas del antídoto por si las moscas.
La búsqueda de tesoros es fructífera y me hago con varias cajas bien cargadas de materiales, así que al volver a la isla me entra la fiebre constructora y empiezo a montar cosas. Un telar, un arco y flechas, herramientas mejoradas con cuero. Además he encontrado cuatro hierbas de antídotos, así que podré ir sin miedo a otras islas para conseguir más recursos. La cosa pinta bien.
Día 5 tras el naufragio
Stranded Deep controlado. Ya sé cómo funciona el recolector de agua, tengo un ahumador de carne en el que colocar varios lomos de pescado y cerdo, y la búsqueda de tesoros en los barcos hundidos de la isla más cercana ha funcionado bastante bien.
La suma de tablones y placas de aluminio me han servido para crear una suntuosa cabaña. La he creado lo más alta posible y he colocado en la cumbre un farolillo que funciona con luz solar encontrado en una de mis inmersiones. Así actuará como un faro durante la noche.
Navegar con la balsa ya es un paseo, y hacerlo de noche una gozada, así que mañana tocará ir a explorar mucho más allá, a aquellas islas que prácticamente ni se ven en el horizonte. En mi mochila hay raciones de comida y un puñado de cajas que me permiten cargar más objetos en su interior.
Lamentablemente todo ese trabajo ha extinguido los recursos de mi isla, así que si quiero que el recolector de agua siga funcionando tengo que volver cargado de hojas de palmera. El viaje es emocionante, pero lo realizo más por necesidad que por ganas de aventurarme a lo desconocido.
Día 6 tras el naufragio
Con la primera luz del sol pongo rumbo al horizonte. Lo hago en línea recta y con la intención de dejar la balsa en la misma línea de visión para poder ver el faro a lo lejos si se hace de noche. Estoy emocionado y asustado, pero si quiero seguir avanzando y alcanzar la posibilidad de construir una balsa más rápida, grande y eficiente, no me queda otra.
El viaje es lento y largo. Salir de día no ha sido la mejor de las ideas y el sol pica con fuerza, pero por suerte finalmente alcanzo mi objetivo y las reservas de agua y comida sirven para limitar un poco las inclemencias climáticas. Al tocar tierra la lluvia calma un poco la situación. Espero que también esté lloviendo en mi isla y mi huerto de patatas y hierbas contra el veneno se rieguen bien.
Me ciño a lo que he venido y empiezo a recolectar recursos. La idea era hacer noche en la isla y explorar los barcos hundidos al día siguiente antes de volver, pero hay poco que ver en ese sentido y acabo todo antes de lo que esperaba.
Como viajar de noche se ha convertido en costumbre, me subo en mi barca y me dispongo a volver a casa sin quemar materiales por el mero hecho de pasar aquí la noche. Las estrellas serán mi compañía y la luz del faro mi guía.
Un momento. ¿Dónde está la luz del faro? ¿Por qué no se ve?
No importa. Lo único que debo hacer es viajar en línea recta hacia la isla que veo a duras penas en el horizonte. Tan simple como deshacer el camino.
Día 7 tras el naufragio
Aún de noche llego a mi isla, pero lo hago por el lado incorrecto y sigo sin ver el faro. Arrastro la balsa hasta la playa y me sorprendo al ver que los árboles han vuelto a brotar desde que me marché. Mejor, así podré seguir con mi proyecto de la balsa y viajar más rápido.
Conforme voy atravesando la isla un sudor frío empieza a recorrer mi espalda. ¿Dónde están mis cosas, mis creaciones, mi castillo de madera y chapa?
No puede ser. Esta no es mi isla.
Con los bolsillos llenos de recursos parece estúpido intentar recoger algo. No tengo dónde meterlo, así que vuelvo a mirar el horizonte y me dirijo a la isla más cercana. Esa debe ser la mía. He ido en línea recta, pero tal vez me he desviado y he alcanzado la que no era. La mía debe estar un poco más al fondo.
Cojo mi balsa y me dirijo hacia ella con los primeros rayos de sol para comprobar por qué a un problema siempre le seguirá otro. La siguiente isla tampoco es la mía. Mierda, mierda ¡mierda!
¡Mi casa! ¡Mis cosas!
Afortunadamente no todo está perdido. Mi experiencia en materia de creación, cocina, resistencia y conocimientos de cómo funciona Stranded Deep me van a permitir empezar de cero sin tener que reiniciar la partida, así que, pese a la pena, eso es lo que haré.
Día 10 tras el naufragio
Tras explorar islas cercanas y llenarme los bolsillos de cosas, una agradable sorpresa me saluda en el horizonte. Veo una torre y, aunque ya he visto otras zonas de náufragos convertidos ya en esqueletos -incluso le he robado un Wilson como el de la película a uno de ellos-, es imposible que nadie haya creado una cabaña tan parecida a la mía. He vuelto a casa. ¡Por fin!
Paso el día aprovechando todo lo conseguido y aprendido para acabar de construir mi balsa y crear nuevos artilugios. Hasta tengo un arpón que dispara gracias a una improvisada bombona de oxígeno. Lamentablemente aún no puedo crear una balsa a motor y toca conformarme con una a vela.
En busca de los materiales para conseguir gasolina y poder dar forma a mi balsa definitiva dejo mis bolsillos vacíos y me dispongo a explorar las islas que quedan al otro lado de donde ya he quemado casi todos los recursos. Lo hago ya de noche, pero brújula en mano para que no vuelva a ocurrirme lo de antes.
Día 11 tras el naufragio
Tras mucho recolectar y bucear en las inmediaciones, me dispongo a visitar otra isla antes de volver a casa. Lamentablemente estoy herido por envenenamiento. Al parecer, al intentar meter la balsa en el agua un pez león ha hecho de las suyas. No me preocupa, tengo antídotos en casa.
La nueva isla no ha merecido la pena, pero el hambre, la sed, el veneno y el ataque de un tiburón primero y una morena después, me han dejado temblando. Por suerte la vela hará que el viaje sea lo suficientemente rápido para volver a casa a tiempo, curarme y alimentarme.
Allí llego con los bolsillos cargados, así que empujo la balsa hasta tierra firme y, con el reloj pitando de forma desesperada, dejo todas las cajas que llevo en el suelo y me dirijo hacia la zona central. Lamentablemente el único depredador que hay en mis isla fija sus ojos en mí y ataca dándome muerte.
Asesinado a traición por un cangrejo. Por un pellizco de sus diminutas pinzas, probablemente en venganza por todos sus hermanos abiertos en canal en busca de un trozo de carne que llevarme a la boca. He sobrevivido a serpientes, tiburones, morenas y los pinchazos del pez león sólo para acabar tumbado en el suelo por culpa de un mísero cangrejo.
Día 1 tras el naufragio
A tomar por saco la cabaña, el motor de la balsa y la búsqueda de gorrinos. A partir de ahora tengo un único objetivo en la vida: crear un gricóptero y un arpón para viajar de isla en isla y masacrar todos los cangrejos que vea.
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