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El despiporre del casino de GTA Online: sanguijuelas, champán, viejos amigos y excesos entre partidas de blacjack

Fue la mayor inauguración que haya visto desde que abrieron un ultramarinos en la esquina de mi calle. Una auténtica celebración para los jugadores de GTA Online el día en el que The Diamond Casino & Resort abrió las puertas allá por julio de 2019. Su efecto llamada fue inmediato y colosal.

Y es que la actualización implementada por Rockstar fue tan importante que marcó el mayor pico de jugadores en la historia del modo multijugador. Estamos hablando de que seis años después de su salida, miles de usuarios solo querían derrochar su dinero en la ruleta y apostar en carreras de caballos. Mucha leyenda se había generado alrededor del casino.

¿Un edificio enorme, con un hipódromo, aparcamiento e instalaciones enormes que no tienen ningún uso? Ni siquiera en la historia de GTA V podíamos hacer realmente nada allí -como tantos otros lugares-, pero la desarrolladora se dio cuenta del potencial que albergaba. Por ello, he decidido echar un vistazo por primera vez con la cartera bien resguardada.

¿Desea un cóctel, caballero?

Mis medidas de seguridad personales, que no van más allá de ir con las manos pegadas a la billetera, eran infundadas. El casino de GTA Online no necesita atracarte a punta de pistola como un vulgar matón para sacarte los cuartos. Sabe seducirte sibilinamente y que seas tú directamente, con una estúpida sonrisa en la cara, el que termines extendiendo un cheque en el que prácticamente hipotecas tu apartamento.

Es todo tan sencillo como comenzar por detalles pequeños. Llego con mi Sabre Turbo a la entrada y puedo usar el servicio de aparcacoches por una suma muy barata de 50 dólares. El empleado del casino me sonríe, le confío las llaves y tengo el coche bien resguardado en el parking subterráneo, bien lejos de bombas inoportunas de otros jugadores.

El buen rollo continúa en cuanto cruzo las puertas y me planto en la sala principal. No me ha dado prácticamente tiempo a que me deslumbren la inmensa cantidad de luces y reclamos visuales cuando Tom Connors, director ejecutivo de Atención al Cliente, me intercepta. Me intenta colar una suculenta suscripción al casino para poder hacer uso total de las instalaciones y mientras me encandila con su voz melosa, me sirve champán.

¿Distraerme con alcohol? Conoce mis puntos débiles el condenado. Lo cierto es que el espacio es muy variado, con tragaperras, blackjack, póker de tres cartas y más. Un paraíso para al que no le haga falta guardar el dinero bajo el colchón. Y como en las buenas casas de apuestas, la cuota de entrada es ridícula. Apenas 500 dólares por hacerme socio (un chollo comparado con Los Santos Tuners) y me dan 5.000 fichas para gastar jugando.

A ello hay que sumar las 100 fichas con las que ya aparezco y otras 1.000 más que se dan a diario. Vamos, aquí el que no apuesta al rojo o acaba rompiendo una palanca de las tragaperras es porque no quiere. Siempre hay motivos para volver a entrar en el casino cada día, sobre todo si regalan un coche con tiradas a la ruleta.

Una ruleta a la que es imposible escapar. Aunque no te toque el premio gordo, siempre te llevas una recompensa y con la primera tirada del día completamente gratis. Sin embargo, el oro y las joyas siempre terminan teniendo un precio prohibitivo.

El tren de la opulencia

Sí, alguna vez había visto a un pobre diablo salir con los bolsillos vacíos del casino, pero no me imaginaba lo que hay en la azotea. El resort es un escándalo, con piscinas, reservados, bares y terrazas que quitan el hipo. Las fiestas que se pueden montar aquí son de campeonato y de noche todo luce incluso mejor.

De hecho, creo que en The Diamond Casino & Resort te miran hasta mal por no dejarte el sueldo de cada mes. Ya te haces una idea de qué clase de clientela quieren que luzca: bien vestidos, alto standing y bebiendo un daiquiri sin importar la hora del día. No rechazan al menos acaudalado, pero puede parecer que estés fuera de lugar.

Pero el momento en el que me doy cuenta de que estoy tratando con sanguijuelas es cuando comienzo a ver los precios del ático. El más barato de todos cuesta 1.500.000 dólares y el más caro se va hasta los 6.500.000 dólares. Alguno se creerá que soy un Homer gigante bañado en oro, pero se equivocan. Apenas consigo sacarle rentabilidad a mi club nocturno, el Black Hole, como para pensar en meterme en semejante derroche.

Sin embargo, necesito comprobar de primera mano qué es exactamente lo que hay dentro de tan lujoso apartamento. Máxime después de ver cómo un actor/cantante/soplagaitas con un ego hasta las estrellas decide montar un bodorrio de narices en su ático. La gente está tan desesperada que poco menos que le besan los pies para que les dejen entrar. A pesar de la muestra de patetismo -con mi personaje incluido-, el día se me alegra completamente.

Él ya no me reconoce con mi nuevo aspecto, pero yo jamás podré olvidarme de su exuberante personalidad. El maldito Brucie de GTA IV está en Los Santos y ahora sí que sí me las tengo que apañar para conseguir entrar en la fiesta. Unas buenas píldoras de aleta de tiburón estarán en más de una bebida de Brucie durante el desfase.

Con todo, me llama Lester para advertirme de que hay una oportunidad para entrar y llevarme un jugoso pellizco. Que si armas, equipo de atraco y unas cifras astronómicas, lo cual me deja salivando y con un buen apunte mental de que la trilogía de películas de Ocean's por fin me servirán.

Lo cierto es que me ha gustado lo que he podido ver en The Diamond Casino & Resort. Promociones exclusivas, bacanales a todo tren, apuestas a ciegas y unas ganas de saquearte el bolsillo que no me llega a molestar. Al final, aquí hemos venido a jugar y un día de estos me pasaré por aquí a ver cuánto puedo conseguir a base de apostar en las mesas.

Como pequeño aperitivo, tiré dos veces a la ruleta. 7.500 RP en la primera tirada y una camiseta de manga corta con degradado urbano en la segunda. Con esta suerte tan magnífica, me voy preparando para vivir debajo de algún puente de Los Santos.

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