Lo de Ori and the Blind Forest fue amor a primera vista, de esos que te conquistan y se quedan en tu corazón para siempre. Moon Studios tuvo el debut soñado por cualquier estudio novel al crear un metroidvania que parecía jugar en otra liga.
Cinco años han pasado desde su estreno, completándolo en tan solo dos días (entre el 10 y 11 de marzo de 2015), y como su secuela (Ori and the Will of the Wisps) está a un mes exacto para su lanzamiento en Xbox One y Windows 10, lo he completado de nuevo (esta vez, en su edición Ori and the Blind Forest: Definitive Edition, también en Xbox One), hasta el punto de acabar más enamorado que en 2015. Porque este metroidvania está lleno de momentazos.
Cuidado, haremos SPOILERS sobre el final de Ori and the Blind Forest
Esa intro (y espíritu) a lo estudio Ghibli
Imposible que no nos toque la patata la escena de introducción de Ori and the Blind Forest de un modo similar al maravilloso arranque de la película de Up. O de cualquier momento emotivo de las películas del estudio Ghibli, como Ponyo en el acantilado. De hecho, no son pocos los elementos que recuerdan al fantástico equipo de Hayao Miyazaki e Isao Takahata, desde esa pasión por la naturaleza hasta la figura de Naru, que nos evocaba al achuchable personaje de Totoro.
Ver cómo se gesta el nacimiento de Ori, con Naru de madre improvisada; cómo es su día a día, recogiendo fruta de los árboles hasta que se quedan sin existencias; y sobre todo, sufrir tras comprobar cómo Naru cae desfallecida, con Ori teniendo que hacer frente a su nueva vida en solitario... Este viaje tiene una motivación extra, porque se lo debemos a nuestra cuidadora, no solamente por restablecer la luz en el universo de Ori and the Blind Forest. Conectamos a nivel emocional.
La redención de los "malos" y lo malo de prejuzgar
En relación a esto último, es un juego que hace especial hincapié en esos polos tan opuestos como son la luz y la oscuridad, pero donde lo aparentemente malo, lo oscuro, no lo es tanto cuando conocemos su pasado. Sin ir más lejos, el temible pájaro Kuro (insistente como pocos a lo largo de la historia) le perdona la vida a Ori al final de la aventura tras ver cómo Naru, a quién dábamos por muerta, protege a su hijo de igual modo a como hizo antaño dicha ave con sus crías.
El miedo, la desesperación... estas y otras emociones las refleja a la perfección Ori and the Blind Forest, empatizando con esos secundarios de lujo en el periplo de Ori. Como Gumo, un ser asustadizo y largirucho muy propenso a robarnos ciertos objetos brillantes, como si de un cuervo se tratase. Hasta que se dio cuenta de lo que pasaba y se convirtió en uno más de la familia. De nuestra gran familia.
La esperanza del final de Ori and the Blind Forest
A variedad pocas familias pueden superar a la de Naru, Ori y Gumo, puesto que se le unió a última hora la única cría de Kuro que sobrevivió al incendio del Monte Horu. Hubo una tragedia antes de eso, puesto que Kuro moriría tras restablecerse la luz del bosque de Nibel, habiendo perdido antes a otras crías por las llamas.
Esa superviviente dentro de su cascarón fue, de hecho, el primer adelanto de la secuela, Ori and the Will of the Wisps, donde hemos podido ver imágenes de ella.
Cada región ofrecía desafíos totalmente únicos
Partiendo de la base de que Ori and the Blind Forest nos ofrece una libertad de exploración por encima de la media del resto de metroidvania, sin tantas restricciones (en parte por su peculiar forma de desbloquear habilidades, con experiencia), es realmente encomiable recordar la enorme variedad de desafíos que ofrecían sus regiones, lo que hacía que nunca nos cansásemos de explorar.
Arropado por una jugabilidad excelente, de las mejores de su género, sabía cómo sacarle partido a cada entorno y que todo fuese en consonancia. Además, exprimía al máximo nuestra agilidad a los mandos con escenas a contrarreloj o que requerían ingenio, como a la hora de variar por completo la gravedad.
Más hardcore de lo que se intuía por su aspecto
Hay un detalle que me llamó mucho la atención cuando lo exprimí en su momento y que he vuelto a recordar ahora con Ori and the Blind Forest: Definitive Edition: que es un juego extremadamente complejo, más de lo que dejaba entrever su inocente aspecto. Porque moriremos mucho, como en Super Meat Boy. O más.
Me flipa, en cualquier caso, el detalle de uno de sus logros, donde hay un diminuto porcentaje (de menos del 1% en todo el mundo) que ha sido capaz de completar el juego sin morir ni una sola vez. Incluso en el modo de una vida. O con gente que se lo ha pasado sin mejorar ninguna de las tres ramas de habilidades de Ori.
Es por ello que agradecí, mucho, que este juego permitiese guardar partida en casi cualquier zona gastando unos puntos de energía, no solamente desde los puntos de descanso habituales de los metroidvania. En la secuela ya no se podrá hacer.
La inocencia del origen de Naru en su expansión
Tan solo hubo un detalle que me perdí en su momento y que pude degustar ahora con su edición definitiva (aparte de seguir jugando libremente al terminar la historia; algo que no se podía en el juego original): el origen de Naru y de cómo surgieron, en definitiva, la luz y la oscuridad en el enigmático bosque de Nibel.
Esta expansión, con una región sombría en su primer tramo, con un Ori que tiene que ir a ciegas hasta dar con un orbe luminoso que, a la postre, le permitirá desbloquear dos habilidades (una para encender antorchas y otra para correr a velocidad de la luz), es el colofón perfecto, pese a su escasa duración, para culminar una historia que bien podría haber salido en el cine. Ahora sólo resta esperar hasta marzo para ver qué nos deparará con Ori and the Will of the Wisps.
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