‘Dishonored 2’ ya está disponible. Nosotros hemos pasado la noche acompañados de Emily para descubrir si todas las buenas sensaciones que nos producía en vídeo se traducían también a los mandos. No hay sorpresa y, al menos durante las primeras misiones, lo nuevo de Arkane huele a juegazo.
Estas son nuestras primeras impresiones con él, un adelanto del análisis que publicaremos cuando hayamos superado el juego con Emily, con Corvo y probando dificultades superiores sin utilizar los característicos poderes de la familia Kaldwin. Todo apunta a que, para llegar a eso, aún quedan un buen puñado de horas.
Te echábamos de menos
No sabía lo mucho que había echado de menos el primer ‘Dishonored’ hasta que empecé mi partida con Emily, ahora en busca de recuperar el trono de su desaparecida madre. Parece la opción lógica después de haber vivido ya una buena aventura con el enmascarado de la primera entrega.
Como era de esperar la primera misión del juego se realiza sin poderes, convirtiéndose así en todo un reto de infiltración y paciencia en el que la suma de enemigos y la posibilidad de explorar un escenario cargado de ventanas abiertas y escondrijos nos tiene más de una hora suspirando por recibir nuestros poderes.
Con ellos las posibilidades del juego se multiplican, pero esa es sólo una de las opciones que nos propone el desafío que resulta ser ‘Dishonored 2’, pudiendo así elegir no tomar los poderes para superar el juego basándonos únicamente en el sigilo que ofrece lanzar objetos para mover a los guardias y asomarnos por las esquinas.
Exploración y sigilo: una mezcla fantástica
No significa que el camino con ellos vaya a estar plagado de rosas. Si algo te consume ‘Dishonored 2’ es tiempo, pero lejos de ser una tarea tediosa (y lo digo porque es algo que a menudo me roba las ganas de continuar con un juego de sigilo), la exploración y estrategia que propone su diseño de niveles nos invita continuamente a salirnos del camino establecido para optar por otras vías
No sólo hablo de mantenernos en una continua línea recta del punto A al B para superar una misión, al decir eso me vienen a la cabeza todas las veces que me he detenido ya a investigar zonas aparentemente inútiles para intentar descubrir todos sus secretos.
Recuerdo especialmente uno de los últimos niveles superados, una torre plagada de habitaciones que, una vez limpiada de cabo a rabo seguía escondiendo un jugoso secreto en las profundidades del edificio cuya entrada no alcanzaba a encontrar. La sensación de éxito precedida de un “no puede ser que esto vaya a funcionar” al comprobar la sorpresa que el equipo de diseño de Arkane tenía guardada para mí fue fantástica.
Dishonored 2, uno de los grandes candidatos a GOTY
De nada serviría todo esto si no estuviésemos ante una ambientación tan majestuosamente cuidada. Recorrer habitaciones que escudriñar en busca de botines dejaría de tener sentido si carecieran de lógica, pero en ‘Dishonored 2’ continuamente tienes la sensación de que todo está donde debería, que no hay objetos repartidos al azar y que más allá de la lógica de sus estructuras, todo lo que contienen sus estancias está igual de bien pensado.
Sumémosle a eso un apartado artístico que es un espectáculo en sí mismo y ya empezarás a oler el cóctel que se te viene encima, uno de esos vasos que parece interminable y, sin embargo, querrás rechupetear hasta la última gota. Pido disculpas a los que suspiréis por un análisis en el que entremos más en profundidad, esta copa la voy a disfrutar con toda la calma del mundo y, francamente, creo que no hay otra forma de hacerlo. Lo estoy gozando.
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