Ni Jill Valentine, ni Chris, ni Leon, ni Claire. En la primera producción para la pequeña pantalla de Resident Evil rodada con actores de carne y hueso no asoma ninguno de los protagonistas de los videojuegos. Ni siquiera Ethan Winters, aunque al personaje principal de RE Village tampoco se le esperaba. En su ausencia, Resident Evil, la serie de Netflix se centra en torno a la familia de Albert Wesker. ¿El mismo Wesker que hemos visto en la saga de Capcom? Bueno, digamos que averiguarlo es uno de los ejes sobre los que gira la propia serie.
Netflix y Constantin Films se atreven a expandir el universo Resident Evil desarrollando una historia completamente original que tiene muy ligeramente en cuenta la catástrofe de Raccoon City de 1998, pero que a todos los efectos se desentiende de los videojuegos mientras nos traslada a dos épocas distintas: un 2022 distópico bajo el control de la farmacéutica Umbrella y un apocalípsis zombi no lo suficientemente lejano en el tiempo ni demasiado diferente a los visto hasta la saciedad en otras series y películas de Netflix.
Desde cierto punto de vista, eso no es nada malo. Que conste. Plantear una serie que enriquezca el trasfondo creado por Capcom o lo use de trampolín para ofrecer premisas interesantes es una oportunidad que merece la pena explorar en la pequeña pantalla. Desarrollar una serie completamente original también, al menos si logra aportar algo de la esencia de los videojuegos al espectador. Desafortunadamente, ese no es el caso de Resident Evil, la serie de Netflix.
Lo cual resulta enormemente sorprendente cuando Constantine Films, la productora, lleva adaptando la franquicia de Capcom dos décadas. Concretamente, desde la película de 2002 que hoy, viendo lo que llegó después, vemos con otros ojos. Y pese a que no es una debacle, resulta paradójico que Resident Evil, la serie de Netflix, se desentienda con tanto descaro de la propia saga de videojuegos. Aquello que, por descontado, debería suponer su reclamo principal.
Resident Evil: una superproducción de Netflix, otra mediocre adaptación de Capcom
Constantin Films lo ha probado absolutamente todo a la hora de trasladar la mítica saga de Survival Horror a la pequeña y gran pantalla, pero incluso en esas sigue sin lograr dar pie con bola. Resident Evil, la serie de Netflix, es el penúltimo cartucho que le quedaba por usar, siendo -como ya comentamos- la incursión más experimental de la productora en el apocalipsis zombie de Capcom, con lo bueno y lo malo, y el riesgo que eso conlleva.
Y pese a que cumple a la hora de reforzar el catálogo de thrillers apocalípticos de Netflix, de eso no cabe duda, tropieza y se descalabra frente al fan de las series de zombis, de los apasionados por los juegos o de todo el que espere encontrar algo parecido a un Survival Horror dividido en ocho episodios de una hora. Porque la serie de Resident Evil es muchas cosas a la vez, pero de Survival Horror tiene menos de lo justo y necesario.
¿Entonces, qué es lo que hay en esas ocho horas de metraje subido a Netflix? De partida ya te adelantamos que casi todo lo interesante se ha mostrado en los tráilers. Y aunque hay alguna que otra cosa que se han guardado, no es suficiente.
Lejos de suponer un soplo de aire fresco, en la serie de Resident Evil nos encontramos ante las mismas plantillas tan manidas de la actuales producciones televisivas. Las plantillas de personajes, temáticas y dilemas en el que lo personal y lo vocacional entran en conflicto. Plantillas que el gigante del video en streaming ha usado hasta la saciedad. Incluyendo una progresión de los acontecimientos torpemente ejecutada a través de un abuso de la analepsis que busca explorar presente y pasado de manera simultánea. Eso, en 2022, ya no es ni original ni efectivo.
Tampoco esperábamos que Resident Evil fuese de El Padrino, Parte II, claro, pero, a diferencia del filme de culto de Coppola, uno de los grandes fracasos de esta primera temporada es su fallo al establecer los cimientos que sostienen el presente, decepciona en sus resoluciones futuras y sus sorpresas, que las hay, se desinflan sin llegar a causar impacto salvo en un par de casos. Ganando minutos adicionales a base de marear a sus protagonistas de manera absolutamente innecesaria. Llegados a los compases finales, eso acaba jugando en su contra y, por extensión, lastrando al conjunto.
Una pena, ya que con un enfoque diferente había material y actores para ofrecer algo mejor al espectador y se dejan cabos sueltos realmente prometedores de cara al conjunto.
Que no se me malinterprete: en Cosntantine Films ya lo han probado todo. Primero, con una saga cinematográfica que ha funcionado de maravilla en taquilla picoteando elementos de los videojuegos a capricho para ensamblar seis entregas de acción explosiva palomitera con elementos apocalípticos de trasfondo. Priorizando el entretenimiento por encima de todo, y eso no es malo, que conste. Luego, con una reinterpretación más próxima a los videojuegos en lo argumental, consolidando las raíces de cine de Serie B de los primeros juegos, pero colmada de errores y carencias.
Los problemas de Resident Evil, la serie de Netflix, son muy diferentes, pero la sensación que provoca es la misma que la de sus anteriores intentos: si usas las siglas de una de las sagas de videojuegos más relevantes del último cuarto de siglo el resultado debía haber sido mejor. O, al menos, esforzarse por cumplir con las expectativas partiendo de lo aprendido. Y teniendo en cuenta lo bajo que estaba el listón tras Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City, lograrlo no era tan difícil.
La familia Wesker se instala en la Nueva Raccoon City, ¿qué podría salir mal?
Es el año 2036 y el mundo se ha ido al carajo. La población mundial ha quedado reducida a 300 millones de humanos que malviven en fortificaciones improvisadas o territorio protegido por la megacorporación farmacéutica Umbrella, y no está claro cuál de las dos opciones es peor. ¿El resto de la humanidad? Se especula que hay 6.000 millones de zeros, sujetos mutados con el virus T que, a efectos prácticos, son muertos en vida. Zombis.
Como todo virus, se espera que haya una mutación y la científica Jade Wesker (interpretada por Ella Balinska, protagonista de Forspoken) está esperando a que esta se manifieste en los zeros de manera inminente: el mismo mal que destroza los cerebros de humanos y convierte a los animales en colosos ultraviolentos lleva años evolucionando y es cuestión de tiempo que sus huéspedes desarrollen una manera de comunicarse y una suerte de cadena de mando propia.
Entender el proceso de evolución de los zeros será vital para la supervivencia de la humanidad. Adelantarse en ese campo a Umbrella, además, una prioridad si se quiere construir un mundo mejor. Jade lo sabe muy bien porque ha vivido media vida bajo su paraguas. O, más bien, compartiendo techo y mesa con Albert Wesker, su padre.
Es 2022. Jade y Billie Wesker se acaban de mudar a New Raccoon City, en Sudáfrica, y las dos lo llevan fatal. Más allá de los dramas de cualquier joven de 17 años, las hermanas mellizas tienen problemas para encajar en el instituto y por diferentes motivos. Sobre todo porque, quitando el hecho de compartir padre, tienen poco que ver la una con la otra.
Más allá de que una sea afroamericana y otra tenga unos exóticos rasgos euroasiáticos, la personalidad de cada una está en las antípodas de su melliza: la Jade adolescente (Tamara Smart) es temeraria y no tiene pelos en la lengua; mientras que Billie Wesker (Siena Agudong) es más reservada y prudente. Y, sin embargo, las dos son complicadas de entender para su padre soltero desbordado en casa y en el trabajo. En principio, ese es el Albert Wesker (Lance Reddick) que nos plantea Resident Evil, la serie de Netflix.
La imprudencia de una y la temeridad de otra desatarán una serie de circunstancias y situaciones incómodas para una Umbrella volcada en la creación de su próximo producto estrella: Alegría, un fármaco en forma de pastilla que sirve para contrarrestar los dramas anímicos del mundo moderno como la ansiedad, la depresión o el estrés. Una medicina sin receta a la que Albert Wesker le está dando los últimos retoques.
Porque la Alegría administrada en exceso atonta a los consumidores como si fuese un potente narcótico. En cierto modo, los vuelve zombis. Y pese a tratarse de un efecto colateral nefasto, la corporación Umbrella tiene mucho en juego, especialmente tras el incidente en Raccoon City. Es más, entre una cosa y otra, a la presidenta Evelyn Marcus (Paola Nuñez) ya se le están ocurriendo provechosos usos para darle salida a esos efectos secundarios.
Resident Evil, la serie de Netflix, ¿Todo mal?
La serie de Resident Evil no es un desastre. La producción está infinitamente más cuidada que la última adaptación cinematográfica, y su manera de sacar al fan de los videojuegos de lo ya conocido y construir algo distinto resulta original. El problema, por otro lado, es que su arriesgado planteamiento queda constantemente frenado por ideas mediocres y secuencias de acción irregulares, la mayoría de las cuales apenas dejan un impacto en el espectador. Mediocre no es malo, sino de poco valor.
Vaya por delante que el despliegue realizado es enorme y la labor actoral está por encima de las circunstancias. Ella Balinska y Lance Reddick están que se salen como Jade y Albert Wesker, dándolo todo en los planos faciales y unas secuencias de acción que aparecen con cuentagotas quitando la escena final y alguna que otra incursión en un apocalípsis zombie que, pese a retener el peso de la serie, en más de la mitad de los episodios parecen relevadas a ser la historia secundaria. Una pena.
Lo cual, se mire como se mire, también es un problema teniendo en cuenta la temática de los videojuegos o lo que uno espera encontrar en cualquier obra en la que hay zombis de por medio.
Netflix tenía que haber reservado esas plantillas usadas para producir series como churros para otro proyecto. La oportunidad perdida de aprovechar la millonaria marca de Capcom logra que nos planteemos directamente si con un par de tachones y correcciones por aquí y allá podía haberse usado el mismo libreto para adaptar The last of us, State of Decay o el enésimo sucedáneo a rebufo de un The Walking Dead desinflado a base de desgaste. Hay guiños y elementos repartidos en según qué planos, pero esas escenas son escasas y tan extremadamente sutiles que, por lo general, caen en saco roto.
Resident Evil no es una mala serie de Netflix. Si se llamase de otro modo se podría disfrutar exactamente igual. Como adaptación, juega con las expectativas y los prejuicios del espectador para dejarlos suspendidos y en el aire de manera indefinida mientras lo lleva a un nuevo terreno, despliega nuevos personajes y, muy de vez en cuando, desata oleadas de zombis y bestias de proporciones desmedidas en pantalla. Por desgracia, no lo suficiente como para que éstas sean un elemento que juegue a su favor,
Porque Resident Evil, la serie de Netflix, quiere ofrecer muchas cosas a la vez en esas ocho horas de metraje salvo una: aquello que da carácter, identidad y una razón de ser a los videojuegos de Capcom. Algo atrevido, desde luego, pero en el modo en el que se ha construido y ensamblado la serie, lo acaban convirtiendo en un error.
Al menos, estamos en muy buena racha en lo que respecta a los nuevos videojuegos de Resident Evil.
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