Hay videojuegos a los que les ofreces tantas horas que cuando arrancas la partida casi te sientes como en tu hogar. Otros transmiten la sensación de que ya te han ofrecido todo lo que podían darte al saltar los créditos finales. GTA San Andreas pertenece al primer grupo, pero también soy consciente de que nada de lo que haga -o vuelva a hacer- me devolverá la gloriosa experiencia de jugarlo por primera vez.
Vaya por delante que Rockstar Games domina el difícil arte de hacer juegos atrevidos, gamberros y que fomentan constantemente la libertad. Ha creado escuela y continúa sentando cátedra, perpetuándose por encima del resto con mundos abiertos que te acaban atrapando hasta convertirte en parte de él. Es más, el modo en el que ha expandido sus proyectos más recientes tras su lanzamiento es para quitarse el sombrero.
Un hito que se alcanzó con Grand Theft Auto III, se perfeccionó en sus secuelas y que, 20 años después, regresa con su edición definitiva. Preservando sus respectivos estatus de historia viva del videojuego. Ensalzando todavía más esa indiscutible condición de clásicos casi atemporales. Lo cual no es precisamente frecuente en los juegos lanzados tras el cambio de milenio.
Sin embargo, cuando he visto el tráiler de Grand Theft Auto: The Trilogy - The Definitive Edition lo que más me ha impactado no es el renovado aspecto de Claude, Tommy y C.J., los protagonistas de cada juego; sino la cantidad de horas, travesuras y coleccionables que rebosa el lote. Y es entonces cuando me planteo lanzarme de nuevo a todos o a uno solo de ellos y me abrumo. Me empacho solo de pensarlo.
Aunque, por otro lado, no me esperaba que ver a Umberto Robina perdiendo los nervios por enésima vez me volviese a robar una sonrisa.
Grove Street, el otro barrio de mi adolescencia
Si bien jugué docenas de horas a GTA III, confieso que Vice City y San Andreas son dos juegos muy especiales para mi. Posiblemente, para toda mi generación. No solo porque les dediqué meses y cantidades absurdas de tiempo, sino porque forman parte de mi ADN como apasionado por los videojuegos.
Los exprimí al máximo en PS2, volví a jugar -sin completarlos- en consolas posteriores, PC -y hasta móviles- y, pese a que se viene un final de 2021 terrible, es altamente probable que vuelva a pasearme por el otro barrio de mi adolescencia, Grove Street, a ver qué se cuece. A comprobar que todo sigue igual que la última partida que dejé a medias.
Porque algo ha cambiado, y no me refiero a la estética de los juegos o cómo lucen los protagonistas frente a los juegos actuales, sino a mí. A que me pase por Grove Street única y exclusivamente de visita y no para quedarme o hacer alguna gamberrada antes de irme.
Es un pensamiento egoísta, lo sé. Son juegos que, tanto a nivel individual como en conjunto, merecen y deben ser preservados y restaurados, y a los que les quedan muchas buenas historias y anécdotas por ofrecer a base de su componente sandbox. La aventura de perderse sin rumbo fijo entre sus calles o hacer el vándalo hasta llenar el marcador de estrellas. ¿Un modo supervivencia? Más bien, la manera más común de cerrar la partida a lo grande.
Pásame un DualShock 2 y te hago la secuencia para jugar a dobles en San Andreas a base de memoria muscular. Es más, todavía te podría hacer varios trucos de memoria. No tendría problemas en hacerme con mis coches y vehículos favoritos, ya que todavía sé dónde encontrarlos o cómo hacer que aparezcan. Cuando memorizas la combinación de botones con la que logras que un tanque caiga del cielo no solo se manifiesta la grandeza de la experiencia sandbox de Rockstar, sino que la experiencia da un giro total a la acción.
Y es entonces cuando me pregunto: ¿quiero rejugar cada juego de esta nueva edición en nuevas consolas o sencillamente tengo el capricho de hacerme con ella? ¿Tengo tantas horas libres como hace 20 años?
Definitivamente, se trata de tres títulos esenciales. Pero llega un punto en el que antes de cada adquisición me planteo si me conviene fomentar más ese síndrome de Diógenes digital al que llevo años alimentando. Incluso, siendo un muy declarado creyente del Xbox Game Pass y el juego en la nube.
¿Bueno conocido o nuevo por conocer? He ahí el dilema
No sabría decirte la de horas que he estado dando vueltas por aquellas Liberty City y Vice City que recorría con o sin rumbo a través de mi DualShock, pero si tengo algo claro: por separado han sido muchas más de las que le he dado incombustible y colmado de posibilidades GTA V. Lo cual resulta curioso: la entrega protagonizada por Trevor, Michael y Franklin no ha parado de añadir contenido durante casi una década.
¿Regresar a un juego en el que lo has dado todo o empezar uno nuevo o que tenía pendiente? Te confieso que ahora mismo estoy en un punto en el que no tengo muy claro que prefiera poner patas arriba Vice City una segunda vez. Quizás, por no abrir de nuevo esa caja de pandora o puede que sea por jugar a cosas nuevas.
Vuelvo a insistir, los juegos son una maravilla, pero yo estoy en una etapa diferente a cuando los descubrí. Ver a Carl Johnson y Tommy Vercetti en la versión definitiva de la Trilogía de GTA es casi como descubrir por sorpresa que a tus viejos amigos les ha sentado bien la edad. Amigos, o más bien cómplices de trastadas... Y de las gordas.
Pero te confieso que, incluso viéndome abrumado, me hubiese gustado que, más allá del empujón visual, Rockstar hubiese dado al lote nuevos contenidos con los que, en lugar de revivir lo ya jugado, me evitase sentir la incertidumbre de que estaré constantemente haciendo lo mismo por segunda vez.
Según la descripción del juego, las ediciones definitivas ofrecerán un sistema de control y apuntado al estilo de Grand Theft Auto V, y eso es un punto muy a favor, pero me refiero a elementos que me inviten a retomar la historia allí dónde la dejé o descubrir los respectivos mundos abiertos bajo un nuevo prisma. Algo que Rockstar no solo sabe hacer, sino que se le da de maravilla: ahí tenemos las brutales precuelas GTA: Liberty City Stories y Grand Theft Auto: Vice City Stories.
Me conozco muy bien. Tengo muy acotadas mis debilidades y sé que cuando la nueva versión de Grand Theft Auto San Andreas llegue al Xbox Game Pass no tardarán en sumarse las otras dos versiones definitivas a mi biblioteca. Si es que no los reservo antes en Switch, una consola que lleva años pidiendo tener su propio Grand Theft Auto.
Las posibilidades de que complete los tres juegos o alguno de ellos son muy poquitas. No los veré con los mismos ojos ni la misma perspectiva que hace 20 años. Ya no hay un factor sorpresa o elementos que descubrir y cruzo los dedos por que no haya sido retirado contenido viendo los tiempos que corren. Al igual que los cruzo por el futuro de la saga.
Va siendo hora de hablar de Grand Theft Auto VI, y Rockstar lo sabe bien. Y pese a que no hay nada para caldear el ambiente de una nueva entrega el relanzamiento, en este caso los tiros -nunca mejor dicho- van por la inminente versión de nueva generación de GTA V.
Pero incluso con esas, y sin un plan definido, tengo claro que volver a GTA3, Vice City o San Andreas, aunque sea por un ratito, ya es más un peregrinaje a lugares conocidos para retomar las malas costumbres con mis viejos cómplices: es un reencuentro con mi yo de hace 20 años. Eso sí, con todas las misiones por hacer y en 4K.
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