La aventura de Agripa y Octavio me fascinó en 2005, pero jamás regresará su locura
En una época en la que mi economía personal consistía en un agujero en el bolsillo del pantalón, lo único a lo que tocaba aferrarse era a repasar continuamente mis videojuegos. Game Boy Color y PS2 eran los sustentos para un chaval de apenas 11 años que se temía que la próxima generación de consolas no llegaría a su casa, por aquello de los prejuicios paternos contra los demonios virtuales.
En 2005, pocos éramos los que no habíamos pirateado ya la consola de Sony. Las leyendas alrededor de un posible fallo que la mandase directamente a la basura me atenazaba, por lo que prefería ser cauto, aunque quedé totalmente maravillado por aquella práctica ilegal. Y es que un amigo nos mostró un estuche repleto hasta las trancas de DVD con juegos, juegos y más juegos que ni siquiera él mismo era capaz de reconocer.
Pude probar una buena ristra de obras peculiares, pero la más llamativa de todas fue Shadow of Rome. Mi colega me presentó el título de Capcom haciéndome saltar a la arena con Agripa para sobrevivir a un battle royale romano sin ningún pudor. Ver mi cara durante aquella partida bien debió valer una foto, porque me quedé totalmente pasmado ante las fuentes de sangre que surgían a borbotones de los cadáveres.
No había reglas en Shadow of Rome, pues la única norma era sobrevivir a toda costa. Brazos cercenados, cabezas decapitadas y troncos despedazados eran las mayores salvajadas que podías cometer contra el resto de gladiadores que, al igual que el protagonista, habían sido abandonados a su suerte en mitad del festival más inhumano posible. Ese flechazo me cautivó como pocas veces y rápidamente acudí al Blockbuster más cercano para encontrarme allí la aventura para alquilarla. Un hecho realmente inusual en mi casa, pues ya tenía más que suficiente para jugar con mi catálogo habitual, pero la insistencia da sus frutos.
Evidentemente, los términos y condiciones de los extintos videoclubs eran muy claros, por lo que apenas podía avanzar más allá de los primeros compases de la obra antes de tener que devolverlo. De este modo, los años se sucedieron y nunca me abandonó la idea de encontrarlo tirado de precio en algún establecimiento de segunda mano, hasta que en 2018 el sueño se hizo realidad. Un Shadow of Rome auténtico, exclusivo de PS2, y listo para descargar toda la ira contenida.
Es sorprendente que Keiji Inafune abandonase la idea de una secuela y apostase por dar vida a la saga Dead Rising, pero lo cierto es que las cifras le han dado la razón. La obra de la antigua Roma no cuajó como debiera, especialmente en los Estados Unidos, y si ese mercado decide darte la espalda, lo mejor es que dediques tus esfuerzos en otro sentido. Con todo, la propuesta de Shadow of Rome es realmente particular.
Po un lado controlamos a Agripa, un soldado cuyo padre es acusado de acabar con la vida del emperador y por ello defenderá su inocencia a través de brutales batallas en el Coliseo. Por el otro, se encuentra Octavio, amigo de la familia que demuestra sus dotes de sigilo colándose en los departamentos más importantes e influyentes de todo el imperio. Una dicotomía absoluta que no convenció a muchos, pero sí que tuvo mi beneplácito.
Aunque evidentemente disfrutaba mucho más del fluido rojo por mi cara, no puedo negar que las secciones de sigilo eran entretenidas. Soy un gran fan del género, así que verme colándome entre arbustos, dejando noqueados a soldados y haciéndome pasar por un funcionario cualquiera tenía su gracia. Las poses de Octavio escondiendo un jarrón en la espalda también tenían su gracia, así que no venía nada mal explorar las calles de Roma para encontrar todo tipo de coleccionables.
Con todo, la verdadera acción llegaba tomando el control de Agripa y la enorme imaginación de Capcom a la hora de inventar desafíos. Enanos, mujeres arqueras, gladiadores golpeando con sus puños y hasta gigantes con mazas eran algunos de los enemigos que se ponían frente al soldado. Además, la desarrolladora japonesa jugaba con esa fina línea entre los personajes completamente irreales, como ver a Barca, líder de los bárbaros, sujetar columnas enormes para golpear.
Todo ello regado con un indicador de puntuación que, no solo incrementaba la rejugabilidad para incrementar la cifra lograda, sino que servía para alentar al público. Rosas, pan, queso y hasta cuchillas que se debían controlar a dos manos eran algunas de las posibles recompensas de los espectadores si el espectáculo que dábamos les congraciaba. Y lo cierto es que había un abanico amplio de formatos para que se divirtieran.
Junto al mencionado battle royale, había que liberar a presos, acabar con tigres, romper puertas con catapultas o librar carreras de cuádrigas al más puro estilo Ben-Hur. Una fantasía absoluta que crecía y crecía con cada batalla en la que Agripa no mejoraba ni un ápice. Nada de árbol de habilidades ni similares, el gladiador se valía únicamente de lo que tuviese en sus manos y de nuestra estrategia a la hora de movernos por el campo. Por supuesto, todo ello era puesto a prueba en las complejas batallas finales.
Iris y Charmian, Decius, Sextus y Arcanus eran contrincantes formidables que obligaban a jugar de una manera muy específica para hacerles daño y que cayesen. 13 años después de haberlo saboreado sin el permiso legal de Capcom, pude certificar que no estaba equivocado, y que Shadow of Rome es una producción de otra época. Hoy en día es complicado imaginar todo un AAA con semejantes cualidades, por eso lo tengo bien guardado bajo llave para descargar un poco de adrenalina de vez en cuando. No habrá una resurrección de la saga porque está completamente olvidada y es una verdadera lástima
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