Fue en 2017 cuando me lancé a los brazos de Horizon Zero Dawn, esa sorprendente nueva IP que se sacaba de la manga Sony para PS4. Los adelantos no podían ser más prometedores, ya que una joven muchacha, arco en mano, peleaba ante criaturas prehistóricas mecanizadas y todo ello en un contexto posapocalíptico. Las bases de una gran aventura estaban asentadas, pero me había llamado poderosamente la atención un ser en concreto.
Una suerte de Brachiosaurus, una máquina gigantesca que paseaba por los tráilers con la suficiencia del que se sabe intocable. Un robot que se encuentra en la cúspide de la cadena alimenticia y que la primera vez que me lo encontré lo recordaré para siempre. El suelo comenzó a retumbar en Sed del diablo y girando una esquina de un edificio en ruinas, allí estaba. Un imponente Cuellilargo, caminando con parsimonia y luciendo una estampa fascinante. El proceso de escalada hasta su cabeza me conquistó y adoré toparme con uno nuevo a lo largo de mi viaje.
Ahora, durante mi travesía por Horizon Forbidden West, estaba deseando volver a repetir esa experiencia. Tras los acontecimientos de mis primeros pasos en el título de Guerrilla Games, me encuentro en pleno territorio del Oeste Prohibido. Escenario agresivo, desconocido y con muchas oportunidades para mejorar a Aloy, por lo que hago lo que cualquier jugador con dos dedos de frente haría en un mundo abierto: ir en la dirección totalmente contraria a la que indica el videojuego.
Sí, ya sé que tengo que llegar hasta la posición de Sylens para descubrir qué está tramando ese hijo de su madre, pero prefiero dejar tiesos a unos cuantos rebeldes asentados en campamentos ilegales. Se me da bien el sigilo y puedo sacarle todavía más partido utilizando una Oleada de valor que me permite volverme invisible al instante; muy útil para acuchillar por la espalda sin que nadie me detecte. Tras arrasar con todos y aprovisionarme, toca seguir el rumbo hacia la niebla desconocida que no muestra nada en el mapa... salvo un icono.
El de un Cuellilargo en Arenas Cinabrias, por lo que no puedo resistir mi propia tentación de lanzarme hacia él. Es un win-win de manual, pues no solo va a revelar más escenario para mí, sino que estoy babeando para volver a sentir lo mismo que hace siete años. Corro y corro con Aloy, pero mucho antes de llegar hasta donde se encuentra lo veo, alzándose por encima de la niebla con majestuosidad. El suelo, una vez más, replica los pasos de la máquina y una enorme antena parabólica es el punto de apoyo que necesito para encaramarme a él.
Eso sí, antes me toca deshacerme de Surcacielos que toca bastante las narices por la zona, pero es momento de vivir el momento que tanto ansiaba. Tan solo he encontrado un Cuellilargo por ahora, y podría no ser la tónica general, pero me gusta que Horizon Forbidden West haya complicado más la escalada. Ya no depende todo de simplemente subir a una zona alta para saltar hacia su cuello, sino que ahora toca activar la parabólica con baterías. Es un proceso sencillo, pero no le resta ese punto de entretenimiento a una tarea que ya es de por sí satisfactoria.
Podría quedarme todo el día sobre su cabeza, contemplando un paisaje precioso y digno de infinitas instantáneas con el Modo Foto, pero desde ahí diviso Cantollano. Un pueblo en mitad de una zona repleta de parabólicas y regada por campos de cultivo que han visto mejores días, por lo que toca bajar con una cinemática para el recuerdo. Puede que peque de emotivo, aunque no puedo negar que se me ha puesto la piel de gallina durante todo el proceso. Si los videojuegos nos gustan son por instantes como estos y es necesario que cada IP cuente con, por lo menos, una secuencia como esta. Desde luego que, conmigo, Horizon Forbidden West lo ha conseguido.
Lo que no han logrado resolver son los Utaru sus enormes problemas para llenar la despensa. Compruebo sus dilemas son acuciantes pues, tras salvar a un pequeño grupo de ellos de un Surcacielos, me informan de que la tierra se está muriendo. Son gente trabajadora, con las manos llenas de callos, reflejo de su duro esfuerzo en labrar unas cosechas que se ven asoladas por la corrupción. Un pueblo inteligente que ha sabido sacarle provecho a las máquinas como los Cuernoarado y el paso del tiempo ha provocado que los traten como dioses agrestes a los que rendir culto y pleitesía. Lo cierto es que su ingenio les ha llevado a construir sus hogares alrededor del metal de las parabólicas, conformando una estructura con mucho verde, madera y respetuosa con el medio ambiente.
Vamos, todo lo contrario a los Tenakth y los dichoso rebeldes que no paran de dar por saco. A pesar de que charlo con algunos habitantes y calibro la complicada situación que están viviendo, me cercioro de que me he adelantado un pelín a los acontecimientos. Está muy bien esto de ir por libre, pero no sirve de nada si no desencadeno un efecto dominó para los eventos de la historia. He de ir hacia la última zona en la que se ha detectado actividad de Sylens y así enterarme de qué está sucediendo con Gaia. Quizás todavía haya esperanza para la humanidad.
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